Garrafa, distinto adentro y afuera de la cancha

Por Javier Sanguinetti
Especial para galloyarenales. A dos años de la muerte de José Luis Sánchez.

El recuerdo a Garrafa está siempre presente. En mi caso particular, el 8 de enero siempre fue una fecha especial porque es mi cumpleaños, pero después de lo que pasó con él ya no es como antes. Ya no es un día tan alegre.
El Gordo era un tipo que jugaba como vivía. Jamás se puso un límite, no se basaba en las reglas. Era totalmente desestructurado. Un distinto adentro y afuera de la cancha. Cuando nos enteramos del accidente me acuerdo que estábamos de pretemporada. Después, a los pocos días nos llegó la noticia de que había muerto y yo pensé “murió en su ley”. El seguramente hubiera querido morir así. Le encantaba la velocidad, era una pasión. Amaba su camioneta y la ponía a una velocidad increíble. O la moto, o el cuatriciclo... Agarraba la autopista sin casco y no tenía drama.
Siempre recuerdo una anécdota que para mí pinta lo que fue Garrafa. Pasó un verano cuando nos encontramos en la playa a pasar un día con la familia de Adrián González, la de Calabria y la de Garrafa. De repente, uno de los hijos del Loco se pierde. Era chiquito, apenas sabía caminar. Entonces nos dividimos y fuimos a buscarlo, uno para cada lado. Al rato, uno de los hijos de Calabria se acerca a Garrafa, que estaba desesperado buscando para todos lados y le dice: “José, mirá, allá están aplaudiendo”. Y Garrafa le contesta: “¡Qué carajo me importa! Dejáme tranquilo que estoy buscando al hijo del Loco”. Era así, no le importaba tener vergüenza. Era auténtico.
En un día como hoy se cruzan un montón de recuerdos, de anécdotas, de sentimientos y es una lástima no poder tenerlo. Se merecía otro final en el fútbol. De Banfield se fue de una forma fea y los ídolos como él no tienen por qué vivir eso. Se acordaron de Garrafa cuando murió, antes no hicieron nada para que no se vaya. A mí me queda el recuerdo de un tipo excepcional. De un gran compañero y de un excelente jugador de fútbol.